Los cultivadores de la música sagrada, dedicándose con renovado impulso a un sector de tan vital importancia, contribuirán a la maduración de la vida espiritual del pueblo de Dios (San Juan Pablo II).


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miércoles, 4 de enero de 2012

Características de la música litúrgica: LA SANTIDAD

El papa San Pío X, en su motu proprio Tra le sollecitudici (-TLS- #2) nos dice que la música litúrgica tiene tres características básicas: santidad, belleza y universalidad. En esta ocasión indaguemos sobre la santidad que ha de adornar la música litúrgica a la luz de algunos documentos de la Iglesia, recordando que antes de imponer nuestros criterios personales hay que formarse consultando a nuestra madre la Iglesia.

     San Pío X nos enseña que la música litúrgica “debe ser santa y, por lo tanto, excluir todo lo profano, y no sólo en sí misma, sino en el modo con que la interpreten los mismos cantantes” (TLS 2). “Profano” es antónimo de “sagrado”: no significa “malo” o “pecaminoso”. En los documentos preconciliares sobre música se hablaba de “música sagrada”. Su equivalente moderno es “música litúrgica”. San Pío X promovió el que la música destinada al culto divino no fuese la misma que se escuchara fuera del templo. En esa época (1903) la moda musical de los templos era la música del teatro. San Pío X nos recuerda que cada música tiene su lugar y su función. El modelo musical en la liturgia nunca ha de ser la música secular o “profana”. Por eso el papa Pío XII, en su encíclica Músicæ sacræ disciplina #12 (del 1955) dice que la música litúrgica no ha de admitir ni insinuar nada que sepa a “profano”, por lo que presenta el canto gregoriano como el canto perfecto para el culto litúrgico.

     El Beato Juan Pablo II nos dice en su “Quirógrafo” con motivo de los cien años del documento del papa San Pío X (validando sus enseñanzas para los tiempos modernos) que: “De acuerdo con las enseñanzas de san Pío X y del concilio Vaticano II, es preciso ante todo subrayar que la música destinada a los ritos sagrados debe tener como punto de referencia la santidad: De hecho, ‘la música sagrada será tanto más santa cuanto más estrechamente esté vinculada a la acción litúrgica’ (Sacrosanctum Concillium 112). Precisamente por eso, ‘no todo lo que está fuera del templo (profanum) es apto indistintamente para franquear sus umbrales’, afirmaba sabiamente mi venerado predecesor Pablo VI… y precisaba que ‘si la música -instrumental o vocal- no posee al mismo tiempo el sentido de la oración, de la dignidad y de la belleza, se impide a sí misma la entrada en la esfera de lo sagrado y de lo religioso’” (#4). Y continúa: “no todas las expresiones de las artes figurativas y de la música son capaces de expresar adecuadamente el Misterio, captado en la plenitud de la fe de la Iglesia. Por consiguiente, no todas las formas musicales pueden considerarse aptas para las celebraciones litúrgicas” (Ib).  Juan Pablo II añade en el mismo número que no toda la “música sagrada” es apta para la liturgia. No porque una canción hable de Dios es “litúrgica”.

     El Directorio litúrgico “La Eucaristía” (##118-120), de la Comisión Nacional de Liturgia de PR nos dice que la santidad de la música “se refiere a su propiedad para el uso en la liturgia. ‘La Iglesia no rechaza en las acciones litúrgicas ningún género de música sagrada, con tal que responda al espíritu de la misma acción litúrgica y a la naturaleza de cada una de sus partes, y no impida la debida participación del pueblo’” (Músicam Sacram 9). Este Directorio nos ofrece dos criterios muy útiles: Los cantos han de provenir preferiblemente de textos de inspiración bíblica, litúrgica o de santos y han de evocar la historia salvífica y las experiencias de fe; la música ha de servir al texto. “La música ‘profana’ se excluye del culto litúrgico por su finalidad (fue hecha para oírse o bailarse y no para participar; es ajena al rito litúrgico); por su contenido (puede no ser apropiada; puede corromper el texto); y por la intención del autor (que no fue usarla en el templo)” (Directorio 119).
    Los criterios expuestos hay que aplicarlos según nuestra realidad y nuestros recursos. Eso no quita que podamos revisar los textos de nuestros cánticos y el tipo de música que usamos (compositores, propósito de la canción –litúrgico, comercial, para retiros, etc.-, de inspiración bíblica o litúrgica, etc.). Muchas veces tenemos guitarras y cuatros y usamos música propia de nuestra cultura (y de otras), música “profana”, para los efectos. ¿Contradice esto la santidad de la que hemos hablado? ¡Claro que no! Sobre esto y otros puntos abundaremos en los próximos artículos.

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