“EL
USO DEL LATIN Y DEL VERNACULO”
(Primero
de una serie de artículos conmemorativos del 50mo. aniversario de la Sacrosanctum Concilium)
Son muchas las personas que “citan” el
Concilio Vaticano II para decir que el mismo “quitó” la Misa “de espaldas”;
“eliminó” el latín, introduciendo –en nuestro caso- el español; suprimió el
órgano para darle cabida a otros instrumentos musicales propios de las
distintas naciones; quitó del mapa el canto gregoriano, permitiendo así música “más
viva” en la liturgia; etc. Son muchos los que, a 50 años de tan gran
acontecimiento eclesial, reducen el mismo a este mínimo, olvidándose de que
Vaticano II presenta 16 documentos que hablan sobre la Iglesia, sobre la
Sagrada Escritura, sobre el culto divino, sobre la vida religiosa, el
ecumenismo, los medios de comunicación, y muchos otros temas. ¿Alguna vez hemos
leído alguna de las 4 constituciones, 9 decretos o 3 declaraciones frutos de
este último concilio ecuménico?
Me he propuesto escribir una serie de
artículos, centrándome en el capítulo VI de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia,
mejor conocida como la Sacrosanctum
Concilium -SC- para destacar lo que pidió el Concilio en lo tocante a la
música litúrgica, aprovechando que en diciembre del 2013 la SC cumple 50 años.
Muchas veces decimos barbaridades en nombre de un concilio del cual apenas
hemos oído hablar. ¿Qué pide Vaticano II respecto a la música sagrada?
El 113 de la SC afirma: En cuanto a la lengua que debe usarse,
cúmplase lo dispuesto en el artículo 36. Este artículo dice: Se conservará el uso de la lengua latina
en los ritos latinos, salvo derecho particular. Sin embargo, como el uso de
la lengua vulgar es muy útil para el pueblo en no pocas ocasiones, tanto en la
Misa como en la administración de los Sacramentos y en otras partes de la
Liturgia, se le podrá dar mayor cabida, ante todo, en las lecturas y
moniciones, en algunas oraciones y cantos, conforme a las normas que
acerca de esta materia se establecen para cada caso en los capítulos siguientes…será
de la incumbencia de la competente autoridad eclesiástica territorial determinar si ha de usarse la lengua vernácula y en
qué extensión; estas decisiones tienen que ser aceptadas, es decir, confirmadas
por la Sede Apostólica. Vaticano
II pide que se conserve en la liturgia el latín: a la lengua vernácula se le podrá dar mayor cabida, ante todo,
en…los cantos. ¿Por qué afirmamos categóricamente que Vaticano II suprimió
el latín, cuando éste sigue siendo el idioma de nuestro rito latino?
La Instrucción Músicam Sacram (de 1967) interpreta, especifica y amplía el
capítulo VI de la SC. Respecto a este tema nos dice en el número 47: Observando exactamente estas normas (las
citadas en el art. 36 de SC), se
empleará, pues, la forma de participación que mejor corresponda a las
posibilidades de cada asamblea. Los pastores de almas cuidarán de que, además
de en lengua vernácula, los fieles sean capaces también de recitar o cantar
juntos en latín las partes del Ordinario de la misa que les corresponde.
Mi intención no es proponer que celebremos
la Misa en latín, sino destacar lo que pidió Vaticano II, quien no suprimió el
latín. Si bien cantamos en nuestro idioma los diferentes cánticos litúrgicos –cosa
útil para el pueblo en no pocas ocasiones-
, ¿por qué no aprender, a tono con el sentir conciliar, cantos en latín,
sobretodo las partes del Ordinario de la
misa, entiéndase: algún “Kyrie”, “Gloria”, “Sanctus”, “Paternoster”, “Agnus Dei”? ¿Por qué no
aprender el “Pange Lingua”, el “Adorote Devote”, el “Ubi cáritas”, la “Salve
Regina”? En nuestro tiempo hemos llegado de pensar que no podemos cantar en
latín porque eso es “preconciliar”, y por ende, anticuado. ¿Quien dijo? Se nota
que no hemos leído Vaticano II… Aunque se trate de un idioma que no hablemos
cotidianamente ni entendamos (ni ustedes ni yo), un buen hijo no debe despreciar la lengua de su madre la Iglesia.
Se trata de un verdadero reto pastoral, de
un tratar de enderezar lo que se ha torcido en estos 50 años por no escudriñar
debidamente el Concilio Vaticano II en torno a la materia que nos compete,
limitándonos a repetir “papagallísticamente” lo que escuchamos “por ahí”. Nos
hemos ceñido a fórmulas tan erróneas como “pre-conciliar= malo /
post-conciliar= bueno”; “latín= malo / vernáculo= bueno”; “órgano= malo /
cualquier instrumento musical= bueno”. Este punto lo seguiré desarrollando en
artículos futuros.
Vaticano II afirmó que la lengua que debe
usarse en la liturgia del rito romano es el latín: concedió el permiso de usar
el vernáculo para beneficio nuestro, cosa que se ha convertido en la norma,
hasta el punto de llegar a creer que el latín está o prohibido, o anticuado, o “anti-Vaticano
II”.
¿Por qué no aprender cánticos en latín,
según el sentir de la Iglesia? A mi entender, el latín aporta 2 elementos
extraordinarios que estamos perdiendo en nombre de “Vaticano II”:
1. El latín nos ayuda a fomentar nuestra identidad católica. El idioma de
nuestra madre la Iglesia sigue siendo el latín, aunque, en nuestras
comunidades, celebremos los misterios de la fe en el vernáculo. Esto se nota de
manera extraordinaria cuando participamos de Misas con feligresía internacional,
como -por ejemplo- las que se celebran
en la Plaza de San Pedro en Roma. A pesar de la diversidad nacional, el cantar
y rezar en un mismo idioma –el de nuestra madre la Iglesia- nos hace sentir a “todos
unidos formando un solo cuerpo”, como dice el famoso canto en español de Mons. Cesáreo
Gabarain.
2.
El latín también
fomenta la dimensión mistérica de la liturgia, pues el latín, así como el
misterio, nos resulta ininteligible, por lo que el latín se convierte en un
signo del misterio, un vehículo que nos conduce al misterio. El hecho de rezar o
cantar juntos en un idioma cultual que no hablamos cotidianamente, sino que reservamos
para el culto a Dios, aporta al redescubrimiento de la liturgia como
participación ritual en el misterio de Cristo Salvador. Sería bueno aprender cánticos sencillos en
latín, aprender a pronunciarlo debidamente, teniendo a mano traducciones al
vernáculo, para saber lo que estamos cantando.
No se trata de despreciar el vernáculo,
sino de apreciar el latín, pues este idioma ni envenena ni es sacrílego. Ojalá algún
día los coros parroquiales, guiados los “pastores de almas” (que somos los
primeros que hemos malinterpretado Vaticano II), canten con toda espontaneidad el
“Rorate Cœli” en Adviento o el “Ave verum” en la exposición del Santísimo, junto
con toda la asamblea.
Muchos hablan de un “Vaticano III”. ¿Para
qué? Todavía falta muuuucho por implementar del Concilio Vaticano II –también en
muchos temas que no vienen al caso. Que el Espíritu Santo nos guíe.
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