Los cultivadores de la música sagrada, dedicándose con renovado impulso a un sector de tan vital importancia, contribuirán a la maduración de la vida espiritual del pueblo de Dios (San Juan Pablo II).


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sábado, 22 de diciembre de 2012

LA IGLESIA CATOLICA Y LA MUSICA PUERTORRIQUEÑA


       La Iglesia católica defiende y promueve todo lo que enaltezca al ser humano en su integridad, en virtud de que Cristo, el Verbo Encarnado, dignifica y ennoblece la naturaleza humana al asumirla. Ya lo decía san Pablo a los filipenses: ...todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud o valor, tenedlo en aprecio[1]. Y La música es uno de esos valores. Con la música los pueblos se desarrollan, maduran, crecen,  y la misma es como una radiografía de ellos, de sus valores, de sus raíces, de su ser. Desde que Cristóbal Colón arribó a “Las Indias”, este nuevo mundo comenzó a conocer la “radiografía” de los colonizadores españoles. Estos trajeron su religión, su cultura y su música. Fueron hombres decididos y con profundas convicciones religiosas que conquistaron un Nuevo Mundo y se dispusieron a abrirlo a su fe, a su cultura y, como parte de ella, a su música[2]. Religión, cultura y música. Tres elementos fundamentales que se entrelazan entre sí. La cultura implica, entre muchas cosas, aspectos religiosos y artístico-musicales. Por la religión rendimos culto a nuestro Creador sin prescindir de nuestra forma de ser como pueblo, sin dejar atrás el papel de la música como expresión cultual de esa fe. La música nos puede sintonizar tanto con lo sagrado como con nosotros mismos.  Son tres elementos que se han fusionado sin compasión para forjar nuestra identidad patria.

     Centrémonos en los aportes de la Religión Católica en la formación y desarrollo de lo que es nuestra música, parte imprescindible de nuestra cultura puertorriqueña. Desde los inicios de la colonización, los españoles nos trajeron su música y su religión, su “radiografía” como pueblo. Los misioneros españoles transmitieron la fe católica a los indios sin prescindir del canto gregoriano[3]; ya en 1598, por órdenes del primer Obispo de Puerto Rico, Alonso Manso, había un órgano en la catedral de San Juan con 6 capellanes de coro, organista y “chantre” (cantor)[4]. La música peninsular fue haciéndose propia al irse adaptando a la vida y a las costumbres de los insulares.

     La música religiosa influenció grandemente en los gustos musicales de este nuevo pueblo que iba surgiendo.  Entre las formas musicales a las que nos referimos sobresale el villancico, forma poético musical de origen español (ss. XV-XVI) que tocaba temas cristianos (relatos navideños u otros temas bíblicos). Esta forma poético-musical, como suele pasar en estos casos, fue amoldándose a la nueva cultura que iba surgiendo, diferenciándose poco a poco del original español. El villancico, que en un principio era a 4 voces, pasa a ser un canto monofónico. Del uso cultual se fue adaptando al uso popular; en las iglesias se acompañaba con órgano o armonio,  y en la calle, con instrumentos de cuerda[5]. El aguinaldo, también de origen español aunque con temas más profanos y con características musicales propias, gozaba de un carácter religioso al sur de España. En las navidades andaluzas, grupos de personas iban cantando aguinaldos casa por casa, buscando precisamente “aguinaldos” u obsequios[6], emulando la búsqueda de posada por parte de la Virgen María y San José, tradición española que revistió unas características muy particulares en Puerto Rico con las tradicionales “parrandas”, y en el resto de Latinoamérica con la llamadas “posadas”, elementos culturales de inspiración cristiana (al menos en sus orígenes). Hoy el aguinaldo entendido en su sentido original, se conserva sobre todo en el período pre-navideño y navideño. En el culto católico no pueden faltar los aguinaldos en el novenario de misas que llevan este nombre (Misas de “Aguinaldo”), desde el 16 de diciembre hasta el 24 de este mismo mes[7], celebradas originalmente a las 5:00 ó 5:30AM, antes de que salga el sol, con la idea de que:

 

Los últimos aguinaldos alusivos a la salida del sol material, símbolo del Sol Espiritual –Cristo Jesús- coincidan con la aurora, o sea, las 6:00 de la mañana[8].

 

 

Sería un pecado no cantar aguinaldos en estas misas, o celebrarlas a las 7:00 PM (...). Igualmente se cantan aguinaldos en la Misa de Gallo, la Misa navideña de medianoche entre el 24 y el 25 de diciembre[9]. Esta modalidad musical acompaña las fiestas navideñas hasta la celebración de la Epifanía, mejor conocida como el día de los Reyes, y durante su Octava o, inclusive, Quincena[10].
 
 
 

          Otra aportación del catolicismo a nuestro folclore musical la vemos en los Rosarios Cantados, tradición de profundas raíces católicas. Surge de la oración diaria, practicada (por órdenes constantes de la Corte Real a las Indias) por los hacendados y los esclavos. Se aprendía el Catecismo y se rezaba diariamente el Rosario[11]. Después de los rezos había un momento de distensión bailable. ¡Se bailaba después del Rosario! Con el correr de los años fueron surgiendo tres tipos de Rosario Cantado: Los que se rezaban por las almas del Purgatorio (por las benditas ánimas), los que se rezaban para pagar alguna promesa, que se rezaban en la Iglesia y se cantaban “a capella”, aunque hoy admiten instrumentos musicales (cuatro, guitarra, güiro y otros). La tercera modalidad son los Rosarios de Cruz, mejor conocidos como  las Fiestas de Cruz.  Están dirigidos tanto a este instrumento en donde murió Jesucristo como  a la Virgen, a Cristo mismo y al mes de mayo, mes en el que se celebraba la antigua fiesta de la Invención de la Santa Cruz, fiesta que en otros lugares aún se celebra, como en el Municipio de Bayamón[12].  Provienen de Andalucía, donde se rezaba el Rosario a la Virgen María y se hacían bailes con o sin cantos, en honor a la Cruz. Luego se comían golosinas con vino o refrescos[13]. La modalidad boricua de estos Rosarios es autóctona, propia de nuestro pueblo, con bellos cánticos transmitidos por muchas generaciones vía tradición oral, cuya música y ritmos varían según la época y el lugar en donde se practique esta devoción[14]. Lo bailable fue excluido de nuestra tradición, al igual que el Rosario a la Virgen.

 


 

     En este brevísimo recorrido hemos visto algunas aportaciones de la Iglesia Católica a nuestra música: la música navideña con sus villancicos y aguinaldos, los Rosarios Cantados y las Fiestas de Cruz. Estas costumbres pertenecen al patrimonio cultural y musical puertorriqueño, aunque tengan una directa inspiración española, pues de España las recibimos y aquí evolucionaron hasta tener una identidad autóctona. El elemento proveniente de los ibéricos y que no debe perderse es el elemento religioso, cristiano, que es medular en todas estas prácticas religiosas. Ignorar este elemento o –peor aún- eliminarlo redundaría en  un terrible daño no solo a nuestra piedad cristiana, sino a nosotros mismos como pueblo, pues estaríamos adulterando nuestra cultura. Quitarle lo esencial a un ente, es destruirlo. Pienso específicamente en la música que gira en torno a la Navidad. Este tiempo fuerte de la liturgia católica surgió originalmente del paganismo, pues se sustituyó la fiesta romana del Sol Invicto, que se celebraba en el solsticio de invierno, en donde el día comienza a vencer poco a poco a la noche en duración. El Sol Invicto es, como decíamos antes, Jesucristo, el Sol que nace de lo alto[15]. Hoy se ve el fenómeno contrario: la paganización de una fiesta cristiana, con la introducción de músicas con letras que invitan al licor excesivo, a la comelata viciosa y a muchas cosas muy lejanas a las enseñanzas de Aquel cuyo nacimiento decimos celebrar. Este es un ejemplo de una fiesta netamente cristiana que está perdiendo su norte. Sí, hay que promover las rectas tradiciones de nuestro pueblo, pero sin perder su sentido original –en este caso- cristiano. De lo contrario no sólo estaríamos adulterando la fe misma, sino también nuestra cultura puertorriqueña. Este es un gran reto que tenemos: salvaguardar nuestra música y nuestra cultura, evitando que se esfume su sentido original cristiano.
 

 

 



[1] Fil 4,8
[2] cf. María Luisa Muñoz, La música en Puerto Rico (panorama histórico- cultural) The Troutman Press, (Sharon Conneticut), 1961, pag 26.
[3] cf. La Gran Enciclopedia de Puerto Rico, Ed. R, Madrid (España), T. VII, pag. 41
[4] cf. Pedro Malavet Vega, Historia de la Canción Popular en Puerto Rico(1493-1898), pags. 103-104
[5] cf. La Gran Enciclopedia de Puerto Rico, Ed. R, Madrid (España), T. VII, pag. 15-16
[6] De la palabra celta iguinand, que significa “regalo” (Colecciones Puertorriqueñas, The Trutman Press (Sharon Conneticut), 1983, pag. 49)
[7] Cf. Catherine Dower, Puerto Rican music following the spanish american war, University Press of America, (USA), 1983, Pag. 82.
[8] Colecciones Puertorriqueñas, The Trutman Press (Sharon Conneticut), 1983, pag. 61 (tomado del Rvdo Juan Viera Rivera, Almanaque de Humacao, 1928).
[9] cf. La Gran Enciclopedia de Puerto Rico, Ed. R, Madrid (España), T. VII, pag. 17.
[10] cf. María Luisa Muñoz, La música en Puerto Rico (panorama histórico- cultural) The Troutman Press, (Sharon Conneticut), 1961, pags. 40-41.
[11] cf. La Gran Enciclopedia de Puerto Rico, Ed. R, Madrid (España), T. VII, pag. 58
[12] Sus fiestas patronales son el 3 de mayo, fiesta de la Invención de la Santa Cruz.
[13] cf. La Gran Enciclopedia de Puerto Rico, Ed. R, Madrid (España), T. VII, pag. 60.
[14] Cf. Pedro Malavet Vega, Historia de la Canción Popular en Puerto Rico (1493-1898), pag. 123; cf. La Gran Enciclopedia de Puerto Rico, Ed. R, Madrid (España), T. VII, pag. 64.
 
[15] Lc 1,78

jueves, 20 de diciembre de 2012

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL CONGRESO ITALIANO DE LAS "SCHOLEÆ CANTORUM, ORGANIZADO POR LA ASOCIACION SANTA CECILIA


Acerca de la fe, es natural pensar en la historia personal de san Agustín —uno de los grandes Padres de la Iglesia, que vivió entre los siglos IV y V después de Cristo—, a cuya conversión contribuyó ciertamente y de modo relevante la escucha del canto de los salmos y los himnos en las liturgias presididas por san Ambrosio. En efecto, si bien la fe siempre nace de la escucha de la Palabra de Dios —una escucha naturalmente no sólo de los sentidos, sino que de los sentidos pasa a la mente y al corazón—, no cabe duda de que la música, y sobre todo el canto, pueden dar al rezo de los salmos y de los cánticos bíblicos mayor fuerza comunicativa. Entre los carismas de san Ambrosio figuraba justamente el de una destacada sensibilidad y capacidad musical, y, una vez ordenado obispo de Milán, puso este don al servicio de la fe y de la evangelización. El testimonio de Agustín, que en aquel tiempo era profesor en Milán y buscaba a Dios, buscaba la fe, es muy significativo al respecto. En el décimo libro de las Confesiones, de su autobiografía, escribe: «Cuando recuerdo las lágrimas que derramé con los cánticos de la iglesia en los comienzos de mi conversión, y lo que ahora me conmuevo, no con el canto, sino con las cosas que se cantan, cuando se cantan con voz clara y una modulación convenientísima, reconozco de nuevo la gran utilidad de esta costumbre» (XXXIII, 50).

La experiencia de los himnos ambrosianos fue tan fuerte que Agustín los llevó grabados en su memoria y los citó a menudo en sus obras; es más, escribió una obra propiamente sobre la música, el De Musica. Afirma que durante las liturgias cantadas no aprueba la búsqueda del mero placer sensible, pero que reconoce que la música y el canto bien interpretados pueden ayudar a acoger la Palabra de Dios y a experimentar una emoción saludable. Este testimonio de san Agustín nos ayuda a comprender que la constitución Sacrosanctum Concilium, conforme a la tradición de la Iglesia, enseña que «el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne» (n. 112). ¿Por qué «necesaria o integral»? Está claro que no es por motivos puramente estéticos, en un sentido superficial, sino porque precisamente por su belleza contribuye a alimentar y expresar la fe y, por tanto, a la gloria de Dios y a la santificación de los fieles, que son el fin de la música sagrada (cf. ib.). Justamente por esto quiero agradeceros el valioso servicio que prestáis: la música que ejecutáis no es un accesorio o sólo un adorno exterior de la liturgia, sino que es ella misma liturgia. Vosotros ayudáis a que toda la asamblea alabe a Dios, a que su Palabra descienda a lo profundo del corazón: con el canto rezáis y hacéis rezar, y participáis en el canto y en la oración de la liturgia que abraza toda la creación al glorificar al Creador.

El segundo aspecto que propongo a vuestra reflexión es la relación entre el canto sagrado y la nueva evangelización. La constitución conciliar sobre la liturgia recuerda la importancia de la música sagrada en la misión ad gentes y exhorta a valorizar las tradiciones musicales de los pueblos (cf. n. 119). Pero precisamente también en los países de antigua evangelización, como Italia, la música sagrada —con su gran tradición que le es propia, que es cultura nuestra, occidental— puede tener y de hecho tiene una misión relevante, para favorecer el redescubrimiento de Dios y un acercamiento renovado al mensaje cristiano y a los misterios de la fe. Pensemos en la célebre experiencia de Paul Claudel, poeta francés que se convirtió escuchando el canto del Magníficat durante las Vísperas de Navidad en la catedral de Notre Dame de París: «En aquel momento —escribe— tuvo lugar el acontecimiento que domina toda mi vida. En un instante mi corazón fue tocado, y creí. Creí con una fuerza de adhesión tan grande, con tal elevación de todo mi ser, con una convicción tan fuerte en una certeza que no dejaba lugar a ningún tipo de duda que, después de entonces, ningún razonamiento, ninguna circunstancia de mi vida agitada han podido turbar mi fe ni tocarla». Pero, sin importunar a personajes ilustres, pensemos en cuántas personas han sido tocadas en lo profundo del corazón escuchando música sagrada; y mucho más quienes se han sentido atraídos nuevamente hacia Dios por la belleza de la música litúrgica, como Claudel. Y aquí, queridos amigos, tenéis un papel importante: esforzaos por mejorar la calidad del canto litúrgico, sin temor a recuperar y valorizar la gran tradición musical de la Iglesia, que en el gregoriano y en la polifonía tiene dos de las expresiones más elevadas, como afirma el mismo Vaticano II (cf. Sacrosanctum Concilium, 116). Y desearía poner de relieve que la participación activa de todo el pueblo de Dios en la liturgia no sólo consiste en hablar, sino también en escuchar, en acoger con los sentidos y con el espíritu la Palabra, y esto vale también para la música sagrada. Vosotros, que tenéis el don del canto, podéis hacer cantar el corazón de muchas personas en las celebraciones litúrgicas.

Queridos amigos: deseo que en Italia la música litúrgica se eleve cada vez más, para alabar dignamente al Señor y para mostrar cómo la Iglesia es el lugar donde la belleza es de casa.
 

Sábado 10 de noviembre de 2012, aula Pablo VI.