Los cultivadores de la música sagrada, dedicándose con renovado impulso a un sector de tan vital importancia, contribuirán a la maduración de la vida espiritual del pueblo de Dios (San Juan Pablo II).


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martes, 18 de junio de 2013

VATICANO II Y LA MUSICA LITURGICA: LO QUE PIDE (6ta. parte)

“EL CANTO GREGORIANO”


(Sexto de una serie de artículos conmemorativos del 50mo. aniversario de la Sacrosanctum Concilium –SC-)

     Continúo con esta serie de artículos conmemorativos del 50mo. aniversario de la Sacrosanctum Concilium (SC). El presente escrito es como una ampliación del artículo La vigencia del canto gregoriano publicado en este blog (el 3 de febrero de 2013). Como este tema está presente en la SC me animé a incluirlo en esta serie.
     La SC 116 nos dice: La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas. Contrario al sentir y pensar de muchos, Vaticano II nos presenta el canto gregoriano como uno no solamente en vigencia, sino como el canto propio del rito latino y el que debe ocupar no un lugar cualquiera, sino el primer lugar en las acciones litúrgicas. Ya San Pío X había hablado del canto gregoriano como el canto propio de la liturgia romana el que en algunas partes de la liturgia prescribe exclusivamente (Tra le Sollecitudini –TLS- 3). Igualmente dijo que el antiguo canto gregoriano tradicional deberá restablecerse ampliamente en las solemnidades del culto; teniéndose por bien sabido que ninguna función religiosa perderá nada de su solemnidad aunque no se cante en ella otra música que la gregoriana (Ib). A la vez animó a que el pueblo vuelva a adquirir la costumbre de usar del canto gregoriano, para que los fieles tomen de nuevo parte más activa en el oficio litúrgico (Ib).

     Fue San Pío X quien afirmo que una composición religiosa será más sagrada y litúrgica cuanto más se acerque en aire, inspiración y sabor a la melodía gregoriana, y será tanto menos digna del templo cuanto diste más de este modelo soberano (Ib). Esta expresión de San Pío X la asumió el Beato Juan Pablo II, quien la explica diciendo: Evidentemente, no se trata de copiar el canto gregoriano, sino más bien de hacer que las nuevas composiciones estén impregnadas del mismo espíritu que suscitó y modeló sucesivamente ese canto. Sólo un artista profundamente imbuido del “sensus Ecclesiæ” puede intentar percibir y traducir en melodía la verdad del misterio que se celebra en la liturgia (Quirógrafo 12). ¡El “sensus Ecclesiæ”, el sentido de Iglesia! ¿Qué tan experto debe ser un compositor litúrgico en canto gregoriano para poder componer según este “modelo soberano”? ¿Qué tan imbuido debe estar un compositor de música litúrgica en la liturgia para poder componer según el sentir de la Iglesia”?

     El papa Pío XII, en su instrucción Músicæ Sacræ Disciplina (MSD) 12  y 13 comenta las tres características de la música sagrada presentadas por su predecesor San Pío X (Cf. TLS 2): santidad, belleza (bondad de formas o arte verdadero) y universalidad[1]. Pío XII afirma que el canto gregoriano se ajusta a la santidad que debe tener la música sagrada, porque,  por la íntima conexión entre las palabras del texto sagrado y sus correspondientes melodías, este canto sagrado no tan sólo se ajusta perfectísimamente a aquellas, sino que interpreta también su fuerza y eficacia a la par que destila dulce suavidad en el espíritu de los oyentes, lográndolo por "medios musicales" ciertamente llanos y sencillos, más de inspiración artística tan santa y tan sublime que en todos excita sincera admiración; y constituye, además, una fuente inagotable de donde artistas y compositores de música sagrada sacan luego nuevas armonías… (MSD 12). Igualmente se ajusta a la belleza y a la universalidad que debe ornar la música litúrgica (Cf. MSD 13). Por todo esto Pío XII pidió que en la celebración de los ritos litúrgicos se haga amplio uso de este canto sagrado; y que con suma diligencia se cuide de ejecutarlo exacta, digna y piadosamente (Ib 12).

     El Beato Juan Pablo II, en su Quirógrafo 7 afirmó sobre el canto gregoriano: Entre las expresiones musicales que responden mejor a las cualidades requeridas por la noción de música sagrada, especialmente de la litúrgica, ocupa un lugar particular el canto gregoriano. El concilio Vaticano II lo reconoce como "canto propio de la liturgia romana" al que es preciso reservar, en igualdad de condiciones, el primer puesto en las acciones litúrgicas con canto celebradas en lengua latina. San Pío X explicó que la Iglesia lo "heredó de los antiguos Padres", lo "ha conservado celosamente durante el curso de los siglos en sus códices litúrgicos" y lo "sigue proponiendo a los fieles" como suyo, considerándolo "como modelo acabado de música sagrada".  Por tanto, el canto gregoriano sigue siendo también hoy elemento de unidad en la liturgia romana.
 
 

     A pesar del pensamiento de estos papas, al canto gregoriano le ha ocurrido lo mismo que le ocurrió al latín. A pesar de que Vaticano II nunca proscribió el gregoriano (ni el latín), la malinterpretación de la SC capítulo VI nos llevó a afirmar que el gregoriano está obsoleto, ya no sirve, hay que reemplazarlo por música nueva y moderna. Como mencioné en el segundo artículo de esta serie, pensamos que lo pasado-viejo es malo, y que lo moderno-nuevo es bueno. Hemos caído en la trampa de pensar que el canto gregoriano, el que debe tener el primer lugar en las acciones litúrgicas, no “puede” cantarse. “Es muy difícil”, “no es movido”, “no es alegre”, “nos duerme”… En Puerto Rico – y en muchísimos países- hemos abandonado el canto gregoriano y estas expresiones son sólo algunas de las opiniones que muchos tienen sobre el canto propio de la liturgia romana. No podemos opinar objetivamente sobre un tipo de música al que no hemos estado expuestos con seriedad. ¿Cuántos cantos gregorianos hemos escuchado? ¿Cuántos conocemos?

     Este servidor tuvo una hermosa experiencia musical y litúrgica en junio del 1995, mes en que estuve en la Abadía Benedictina de Santo Domingo de Silos, en Burgos, España. Estuve desde el 1 hasta el 30 de junio. Este monasterio ha procurado conservar y cultivar con sumo cuidado el tesoro de la música sacra (SC 114), específicamente el gran tesoro gregoriano. Lo cantan en todas las celebraciones litúrgicas. Recuerdo que estuve para Pentecostés: me impresionó el no escuchar los cánticos “de avivamiento”, sino sólo canto gregoriano. ¡Y el Espíritu Santo estaba presente en aquella celebración (como siempre lo está en la liturgia)! Aquella experiencia fue una oportunidad única de inmersión gregoriana, de escuchar, cantar y apreciar este tipo de música en el contexto para la cual fue hecha: el contexto litúrgico. Descubrí el gran tesoro que tenemos y desconocemos por la malinterpretación del Capítulo VI de la SC. Descubrí la grandeza artística encerrada en la simplicidad monofónica de este canto.

     La Iglesia no ha desechado el canto gregoriano, al contrario: lo ha ensalzado y lo ha colocado en el primer lugar. El número 117 de la SC pide que se complete la edición típica de los libros de canto gregoriano y que se prepare una edición que contenga modos más sencillos, para uso de las iglesias menores. ¡El canto gregoriano existe, y existe para cantarse! El Iubilate Deo, la edición que contiene los cánticos gregorianos sencillos del cual hablaba SC 117, presenta diversas misas sencillísimas y bastantes cánticos variados y sencillos que muy bien podrían tenerse en cuenta. ¡Por algo hay que empezar! Ciertamente estos cánticos están en latín (ya de ese tema hablé en el primer artículo de esta serie), pero una traducción al vernáculo nos ayuda a entender lo que estamos cantando, para así facilitar la oración cantada. El Tantum ergo en la exposición del Santísimo, la Salve Regina en una celebración mariana, un Kyrie eleison o un Aleluya en la Misa son posibilidades reales para nuestras celebraciones litúrgicas. Sin despreciar los demás géneros de música sagrada (tema que expondré en el próximo artículo de esta serie), debemos hacer un esfuerzo eclesial por convertir el canto propio de la liturgia romana en uno que no nos resulte extraño, difícil, anticuado u obsoleto, sino en un tipo de canto que facilite la conexión con la liturgia celeste, la que anticipamos y a la que nos unimos desde esta tierra. Es muy difícil que el canto gregoriano ocupe el primer lugar en las acciones litúrgicas de nuestras comunidades parroquiales, pero estoy convencido de que puede ocupar un buen sitial si animamos a nuestros coros a aprender cánticos sencillos como los ya citados, perdiéndole el miedo y la apatía a este tesoro milenario, base de la música occidental, que la Iglesia nos propone (aún en la actualidad) como modelo acabado de música sagrada (TLS 3).

 

 

 



[1] Cf. En este blog presento 3 artículos sobre cada característica, titulados: Características de la música litúrgica (…la santidad, la belleza, la universalidad).

miércoles, 5 de junio de 2013

VATICANO II Y LA MUSICA LITURGICA: LO QUE PIDE (5ta. parte)


     Continuamos con esta serie de artículos conmemorativos del 50mo. aniversario de la Constitución “Sacrosanctum Concilium” sobre la sagrada liturgia, comentando lo que esta constitución mandó en lo tocante a la música litúrgica (capítulo VI). Nos dice el número 114: Los Obispos y demás pastores de almas procuren cuidadosamente que en cualquier acción sagrada con canto, toda la comunidad de los fieles pueda aportar la participación activa que le corresponde. La participación de los fieles a través del canto es un elemento de peculiar importancia, pues esto nos facilita en gran manera la inmersión en la liturgia. Vaticano II no fue innovador en esta materia, aunque dio el “empujón” que la Iglesia necesitaba: ya San Pío X había dicho que se procurase que el pueblo vuelva a adquirir la costumbre de usar del canto gregoriano, para que los fieles tomen de nuevo parte más activa en el oficio litúrgico, como solían antiguamente (Tra lle Sollecitudini 3). El papa Pío XII, en su encíclica Músicæ sacræ disciplina de 1955 promovió el llamado “canto religioso popular” dado que el mismo puede ayudar mucho a que los fieles no asistan al santo sacrificio como espectadores mudos e inactivos, sino que acompañen la sagrada acción con su espíritu y con su voz y unan su piedad a las oraciones del sacerdote, con tal que esos cánticos se adapten bien a las diversas partes de la misa, como con grande gozo sabemos que se hace ya en muchas regiones del orbe católico (# 19). El “canto religioso popular” es uno de los tipos de música litúrgica (Cf. “Músicam Sacram” 4b) y aporta grandemente a la participación del pueblo, uno de los criterios que la Iglesia pide a la hora de seleccionar cánticos litúrgicos: La Iglesia no rechaza en las acciones litúrgicas ningún género de música sagrada, con tal que responda al espíritu de la misma acción litúrgica y a la naturaleza de cada una de sus partes  y no impida la debida participación activa del pueblo (Músicam Sacram –MS- 9). El Beato Juan Pablo II afirmó que este canto es particularmente apto para la participación de los fieles no sólo en las prácticas de devoción, "según las normas y preceptos de las rúbricas”, sino también en la liturgia misma (Quirógrafo 11).
     Esta participación exterior es un derecho bautismal de los fieles (Cf. Ib 15), lo que no significa que el pueblo siempre debe cantar: hay piezas que pueden ser reservadas al coro. En ese caso los fieles deben unirse interiormente a lo que cantan los ministros o el coro, para que eleven su espíritu a Dios al escucharles (MS 15b). Sobre ese punto MS 16c afirma que algunos cantos del pueblo, sobre todo si los fieles no están aún suficientemente instruidos o si se emplean composiciones musicales a varias voces, podrán confiarse sólo al coro, con tal que no se excluya al pueblo de las otras partes que le corresponden. Pero no se puede aprobar la práctica de confiar sólo al grupo de cantores el canto de todo el Propio y de todo el Ordinario, excluyendo totalmente al pueblo de la participación cantada. Por esa razón MS 20 pide que los maestros de capilla y los rectores de las iglesias cuiden… de que el pueblo sea asociado siempre al canto, al menos en las piezas fáciles que le corresponden. Este es un gran reto no sólo para los encargados de canto y la música, sino para los compositores litúrgicos, especialmente los compositores de piezas corales polifónicas con cierta complejidad armónica y contrapuntística: el componer música de alta calidad sin excluir al pueblo del canto, coordinando el canto coral-polifónico y el canto de la asamblea.
     Nuestros coros parroquiales no están exentos de este deber. Muchas veces cantan bellamente, pero impidiendo la participación de la comunidad. Hay cánticos que la asamblea debe cantar siempre: la entrada, el “Señor, ten, piedad”, el “Gloria”, el Aleluya, el “Santo”, etc. Gran reto y gran responsabilidad de los ministros de música el fomentar la participación activa de los fieles en el canto, ya que nada más festivo y más grato en las celebraciones sagradas que una asamblea que, toda entera, expresa su fe y su piedad por el canto (MS 16).