Comenzamos el tiempo de Adviento. No es mala
idea lo que les voy a proponer: aprovechar este año litúrgico que estamos
comenzando para reflexionar más a fondo sobre la Eucaristía desde los tiempos y
celebraciones litúrgicas. ¿Por qué no comenzar este año litúrgico con el pie
derecho contemplando, aunque sea brevemente,
la Eucaristía –sacramento de nuestra fe- desde el lente del Adviento?
En este
tiempo fuerte de la liturgia tomamos conciencia de una dimensión básica del
cristianismo, resumida en el Credo Niceno-Constantinopolitano (el credo largo
de la Misa, tan largo como la palabra que acaba de leer): Y de nuevo vendrá
con gloria para juzgar a vivos y muertos… Sí: Cristo vendrá de nuevo. Vivimos
esta vida como un gran Adviento, y es en esta vida en que celebramos la
Eucaristía, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador
Jesucristo, como decimos en la Misa. Cristo nos dejó la Eucaristía para que
anunciáramos su muerte y proclamáramos su resurrección hasta que vuelva (cf. 1
Co 11,26). El Señor quiso servirse de dos alimentos simples y comunes, el pan y
el vino, para quedarse con nosotros y actualizar su ofrenda al Padre. Su
presencia en la Eucaristía nos fortalece en nuestras pruebas de la vida, pues
también nosotros, como el pan y el vino, somos débiles. Notamos nuestra
debilidad en esta espera llena de pruebas y cruces. La Eucaristía es fortaleza
para nosotros, pues es Cristo mismo el que viene en nuestra ayuda. A Él le
esperamos, pero le esperamos triunfante en su venida final y definitiva. En la
Eucaristía Él viene, nos acompaña y nos prepara para acogerle en esa venida
final que esperamos en el Adviento de la vida, pero de manera concentrada en el
Adviento litúrgico.
Esa
presencia de Jesús-Eucaristía en nosotros es prolongación de su misión
redentora. Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Jesús
nos prepara y nos lleva a la conversión por la Eucaristía. Sin conversión no
hay verdadera celebración navideña, por más parrandas que lleve o por más
lechón que coma. Jesús-Eucaristía nos invita a la conversión y nos ayuda por y
desde la Eucaristía con su presencia preparando nuestra vida para que podamos
salir a su encuentro. La Eucaristía es prenda de nuestra salvación. En nuestra
vida mortal saboreamos esa salvación por la Eucaristía y la disfrutaremos a
plenitud a partir del Ultimo Día. La Eucaristía
es presencia real del Señor, pero es sacramento. En el último día el
Señor vendrá ya no bajo el velo del pan y el vino, sino “tal cual es”. Le
esperamos gozosos, fortalecidos por Él mismo en la Eucaristía.
En
este Adviento litúrgico tomemos conciencia de la importancia de la Eucaristía
como prenda de nuestra salvación, como compañía y fortaleza en nuestra espera,
como Cordero que borra nuestros pecados para que podamos salir a su encuentro
con las lámparas encendidas. Preparemos el camino al Señor que viene a
salvarnos celebrando y aprovechando a ese mismo Señor que no se ha querido
desentender de su pueblo, sino que, por el contrario, se ha quedado con
nosotros para que, por la Eucaristía, podamos hacer presente aquí y ahora, su
salvación, anunciando su muerte y resurrección hasta que vuelva.
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