Los cultivadores de la música sagrada, dedicándose con renovado impulso a un sector de tan vital importancia, contribuirán a la maduración de la vida espiritual del pueblo de Dios (San Juan Pablo II).


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domingo, 18 de noviembre de 2012

EL ADVIENTO Y LA EUCARISTIA


     Comenzamos el tiempo de Adviento. No es mala idea lo que les voy a proponer: aprovechar este año litúrgico que estamos comenzando para reflexionar más a fondo sobre la Eucaristía desde los tiempos y celebraciones litúrgicas. ¿Por qué no comenzar este año litúrgico con el pie derecho contemplando, aunque sea brevemente,  la Eucaristía –sacramento de nuestra fe- desde el lente del Adviento?

     En este tiempo fuerte de la liturgia tomamos conciencia de una dimensión básica del cristianismo, resumida en el Credo Niceno-Constantinopolitano (el credo largo de la Misa, tan largo como la palabra que acaba de leer): Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos… Sí: Cristo vendrá de nuevo. Vivimos esta vida como un gran Adviento, y es en esta vida en que celebramos la Eucaristía, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo, como decimos en la Misa. Cristo nos dejó la Eucaristía para que anunciáramos su muerte y proclamáramos su resurrección hasta que vuelva (cf. 1 Co 11,26). El Señor quiso servirse de dos alimentos simples y comunes, el pan y el vino, para quedarse con nosotros y actualizar su ofrenda al Padre. Su presencia en la Eucaristía nos fortalece en nuestras pruebas de la vida, pues también nosotros, como el pan y el vino, somos débiles. Notamos nuestra debilidad en esta espera llena de pruebas y cruces. La Eucaristía es fortaleza para nosotros, pues es Cristo mismo el que viene en nuestra ayuda. A Él le esperamos, pero le esperamos triunfante en su venida final y definitiva. En la Eucaristía Él viene, nos acompaña y nos prepara para acogerle en esa venida final que esperamos en el Adviento de la vida, pero de manera concentrada en el Adviento litúrgico.

     Esa presencia de Jesús-Eucaristía en nosotros es prolongación de su misión redentora. Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Jesús nos prepara y nos lleva a la conversión por la Eucaristía. Sin conversión no hay verdadera celebración navideña, por más parrandas que lleve o por más lechón que coma. Jesús-Eucaristía nos invita a la conversión y nos ayuda por y desde la Eucaristía con su presencia preparando nuestra vida para que podamos salir a su encuentro. La Eucaristía es prenda de nuestra salvación. En nuestra vida mortal saboreamos esa salvación por la Eucaristía y la disfrutaremos a plenitud a partir del Ultimo Día. La Eucaristía  es presencia real del Señor, pero es sacramento. En el último día el Señor vendrá ya no bajo el velo del pan y el vino, sino “tal cual es”. Le esperamos gozosos, fortalecidos por Él mismo en la Eucaristía.

     En este Adviento litúrgico tomemos conciencia de la importancia de la Eucaristía como prenda de nuestra salvación, como compañía y fortaleza en nuestra espera, como Cordero que borra nuestros pecados para que podamos salir a su encuentro con las lámparas encendidas. Preparemos el camino al Señor que viene a salvarnos celebrando y aprovechando a ese mismo Señor que no se ha querido desentender de su pueblo, sino que, por el contrario, se ha quedado con nosotros para que, por la Eucaristía, podamos hacer presente aquí y ahora, su salvación, anunciando su muerte y resurrección hasta que vuelva.

 

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