Imaginemos
un libreto para una obra teatral: hay un narrador que está interviniendo y en
cierto momento introduce a un personaje llamado “Fulano” diciendo: repentinamente Fulano dijo…. Imaginemos
que “Fulano” no dice nada... ¿Qué ocurriría? Se produce un vacío incómodo en
donde el espectador se da cuenta que algo que no debe pasar está pasando; se
desconecta de la obra teatral para percatarse de que a uno de los personajes se
le ha olvidado su parlamento o algo por el estilo. Esta dilación afecta de
forma directa toda la pieza teatral: Se supone que hubiese una intervención de “Fulano”
y la misma no se está dando en el momento correcto (inmediatamente después que
el narrador dice: repentinamente Fulano
dijo…).
En la santa
Misa hay momentos parecidos a un libreto teatral (…valga la comparación). Cuando
el presidente de la celebración eucarística dice: El Señor esté con ustedes, todos respondemos inmediatamente: Y con tu espíritu. No respondemos cinco
segundos después, sino justamente después del saludo presidencial. En el
prefacio de la Misa el sacerdote nos une a la Iglesia Triunfante para alabar a
Dios Padre con la aclamación del “Santo”. Todos los prefacios terminan con una
invitación a unirnos a los coros de los ángeles y santos en la alabanza al tres
veces santo. Un ejemplo: Por eso, con los
ángeles y arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el
himno de tu gloria[1].
¿Qué pasaría si en ese momento no comenzase a cantarse el “Santo”? Lo mismo que pasó en el ejemplo citado de la
obra teatral: la fuerza expresiva de la invitación se diluiría y el “Santo”
perdería su espontaneidad ante la falta de respuesta inmediata por parte del
coro/asamblea.
Muchas veces nuestros ministerios musicales introducen este cántico con una
introducción muy bonita pero muy extensa para ese momento determinado de la
Misa. Las introducciones al
“Santo”, a la aclamación conmemorativa (Anunciamos
tu muerte o las otras presentadas en el misal), al “Gran Amén” (después del
Por Cristo, con Él y en Él…), el
“Padrenuestro” y a la doxología tuyo es el reino han de ser brevísimas,
pues el contexto de estos cánticos los presenta como que hay que cantarlos (o
rezarlos, según el caso) como acto seguido a lo que las precede. Después que el
sacerdote dice: Este es el sacramento de
nuestra fe hay que decir de manera inmediata la respuesta correspondiente.
Por ende, si esta respuesta se canta, la introducción musical (de haberla) debe
reducirse a 1 ó 2 acordes que nos ubiquen tonalmente y que provoquen la
aclamación espontanea del ministerio de música/asamblea. Después del Por Cristo, con Él y en Él…por los siglos de
los siglos tiene que seguir el “Gran Amén” precedido quizás por un acorde
que nos ubique tonalmente. Hay veces que se esas partes de la Misa se afectan
por introducciones musicales excesivamente largas. Después de la invitación del
sacerdote: Fieles a la recomendación del
Salvador…nos atrevemos a decir no debe haber una introducción musical
larga: se diluye la fuerza expresiva de la monición que nos está invitando a
orar con las palabras del Señor. Es como los corredores en una competencia de
100 metros que están esperando el tiro de salida: “en sus marcas, listos, y”…
NO DICEN “FUERA”. Los corredores se desconcertarían. “¿Qué pasó?”- van a
preguntar extrañados o quizás enojados. Introducciones desproporcionadas para
estos cánticos ya citados puede afectar esas partes de la Misa –por no decir la
Misa misma-. Hay que aclarar que no todos los cánticos presentan este contexto:
el cántico de entrada, el “Señor, ten piedad”, el “Gloria”, los cánticos
interleccionales (salmo responsorial y el “Aleluya”), el “Credo”, el cántico de
ofertorio, el “Cordero de Dios”, el cántico de Comunión y el cántico de salida no
son respuestas a invitaciones presidenciales (anunciamos tu muerte…) o a una plegaria (Tuyo es el reino…), por lo que sus introducciones pueden ser más
largas.
Estos
pequeños detalles son una gran contribución a nuestras celebraciones
litúrgicas, pues con los mismos estamos potenciando esas partes de la Misa en
donde el sacerdote y la asamblea interactúan ritualmente. Un buen ministerio
musical ha de ejercer su ministerio (=servicio) “sirviendo” y aportando a la
liturgia para que la misma redunde para la gloria de Dios y a nuestra santificación.
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