“LA POLIFONIA”
(Séptimo
de una serie de artículos conmemorativos del 50mo. aniversario de la Sacrosanctum Concilium –SC-)
Sin negar la primacía que la Iglesia da al
del canto gregoriano, la misma no cierra las puertas a otros géneros de música
sagrada, teniendo presente un criterio clave: el respeto al espíritu de la
acción litúrgica, como dirá SC 116. El hecho de que el canto gregoriano
presente las cualidades del verdadero canto litúrgico (santidad, belleza y
universalidad) no significa que otros géneros musicales no puedan hacerlo.
De
ninguna manera han de excluirse en la celebración de los oficios divinos otros
géneros de música sacra en particular la polifonía, con tal que respondan al
espíritu de la acción litúrgica (SC 116).
Este número recalca la polifonía (canto a más de una voz) como un género de
música sacra. Músicam sacram (MS) 4 la presenta con mayor
especificación: la polifonía sagrada antigua y moderna, en sus distintos géneros. Es interesante constatar
que el papa Juan XXII, en la primera mitad del siglo XIV, ante la proliferación
de los motetes que jugaban con varios textos y varias melodías a la vez, desaprobó
la polifonía, promoviendo la simplicidad monofónica y modal del canto llano. La
polifonía encontró dificultades por la tendencia a maximizar el contrapunto y
minimizar el texto y su entendimiento. Experimentados polifonistas, como
Palestrina y Orlando Di Lasso en el siglo XVI, cultivarán el arte del
contrapunto enfatizando la inteligibilidad textual. San Pío X afirmó que: La polifonía clásica se
acerca bastante al canto gregoriano, supremo modelo de toda música sagrada, y
por esta razón mereció ser admitida, junto con aquel canto, en las funciones
más solemnes de la Iglesia, como son las que se celebran en la capilla
pontificia. Por consiguiente, también esta música deberá restablecerse
copiosamente en las solemnidades religiosas, especialmente en las basílicas más
insignes, en las iglesias catedrales y en las de los seminarios e institutos
eclesiásticos, donde no suelen faltar los medios necesarios (Tra le sollecitudini 4). El papa Pío XII, en su instrucción
Músicæ sacræ disciplina 16, afirmó que se vigile con toda prudencia y cuidado, para
que no se lleven al templo cantos polifónicos tales que, por cierta especie de
modulación exuberante e hinchada, se oscurezcan con su exceso las palabras
sagradas de la liturgia, o interrumpan la acción del rito divino, o sobrepasen,
en fin, no sin desdoro del culto sagrado, la pericia y práctica de los cantores.
El cultivo
de la polifonía va de la mano con la música coral. Compositores como los ya
mencionados han promovido por siglos la música coral polifónica al componer
hermosas piezas que hoy son parte de ese grandioso patrimonio musical que tanto
ha ennoblecido a la cristiandad como a la humanidad. Como veíamos en el quinto artículo de esta
serie –sobre la participación de los fieles en el canto- la Iglesia no
rechaza en las acciones litúrgicas ningún género de música sagrada, con tal
que responda al espíritu de la misma acción litúrgica y a la naturaleza de
cada una de sus partes y no impida la
debida participación activa del pueblo (MS 9).
Ampliando este punto, MS 16c afirma que algunos cantos del
pueblo, sobre todo si los fieles no están aún suficientemente instruidos o si
se emplean composiciones musicales a varias voces, podrán confiarse sólo al
coro, con tal que no se excluya al pueblo de las otras partes que le
corresponden. Pero no se puede aprobar la práctica de confiar sólo al grupo de
cantores el canto de todo el Propio y de todo el Ordinario, excluyendo
totalmente al pueblo de la participación cantada. El canto coral-polifónico tiende a
excluir al pueblo: gran reto para los compositores litúrgicos es el componer música
coral en donde el pueblo no sea excluido, sino que intervenga en algunas
partes, por ejemplo: que el pueblo cante el estribillo a una voz -sostenido por
la masa coral de manera monofónica- y que el coro cante las estrofas a voces.
En Puerto Rico y en otros países lamentablemente
no tenemos una fuerte tradición coral enmarcada en la Iglesia católica. Este
tipo de agrupación requiere que, al menos, el director tenga un mínimo de
preparación musical formal (teoría, solfeo, piano, dirección coral, etc.), cosa
poco común en nuestras parroquias. Nuestros mal llamados “ministerios de música”
(pues no se “es” ministerio, sino “ministro”: el ministerio se ejerce) cuentan
con personas muy talentosas que, “de oído”, cantan a 2 ó 3 voces con armonía
tonal, promoviendo una polifonía homofónica y paralela, embelleciendo no pocas
veces los cánticos litúrgicos y, por ende, la liturgia misma, aunque muchas
veces se tiende a opacar al pueblo, tema ya tratado. Este tipo de “polifonía
popular” debe ser respetado y encausado debidamente, para evitar los cásicos “errores”
de armonía, producto de los movimientos paralelos tan contrarios al espíritu
del contrapunto barroco y que deslucen nuestros cánticos.
Sería laudable el impulsar la música coral
polifónica a 3 ó 4 voces (SATB) sin excluir al pueblo, sin que esto signifique
que el coro no pueda cantar solo de vez en cuando, siguiendo el criterio de MS
16c. Para ello hacen falta personas formadas en el campo de la dirección coral
y buenos compositores que, componiendo música polifónica, sepan incluir a la
asamblea litúrgica.
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