Los cultivadores de la música sagrada, dedicándose con renovado impulso a un sector de tan vital importancia, contribuirán a la maduración de la vida espiritual del pueblo de Dios (San Juan Pablo II).


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miércoles, 23 de julio de 2014

VATICANO II Y LA MUSICA LITURGICA: LO QUE PIDE (10mo. artículo)

“LO NUEVO Y LO ANTIGUO: EL TESORO DE LA MUSICA SACRA Y LA MUSICA LITURGICA DE NUESTROS PUEBLOS”

(Décimo de una serie de artículos conmemorativos del 50mo. aniversario de la Sacrosanctum Concilium –SC-)


Continúo con esta serie de artículos enmarcados en los 50 años de la SC. En el segundo artículo de esta serie hablamos sobre el tesoro de la música sagrada haciendo alusión a lo que nosotros llamamos “canciones viejas” y la importancia de las mismas en la liturgia. Cuando hablamos del “tesoro de la música sagrada” nos referimos a ese gran patrimonio que por siglos la Iglesia ha usado y custodiado celosamente, de esa música que ha alimentado la fe de generaciones de cristianos por siglos, creada para la liturgia e inflamada de su espíritu. Ese “tesoro” debe ser cultivado, tal como nos pide SC 114: Consérvese y cultívese con sumo cuidado el tesoro de la música sacra. Ese tesoro está encabezado por el canto gregoriano: La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas (SC 116). Además, en el tesoro de la música sagrada está la polifonía sagrada antigua y moderna, en sus distintos géneros, la música sagrada para órgano y para otros instrumentos admitidos, y el canto sagrado popular, litúrgico y religioso (MS 4b). Lamentablemente son muchos los que piensan que Vaticano II rezagó el canto gregoriano y toda la música del pasado para darle paso a cantos con ritmos modernos y folklóricos. Es un malentendido general –como decía en mi segundo artículo de esta serie- el pensar que Vaticano II dijo que lo pasado-viejo es malo y lo moderno-nuevo es bueno. Sin embargo nos pide, por un lado, que se fomente con empeño  el canto religioso popular de modo que… en las mismas acciones litúrgicas, de acuerdo con las normas y prescripciones de las rúbricas, resuenen las voces de los fieles y que se le dé a la música tradicional de los pueblos la debida estima y el lugar correspondiente no sólo al formar su sentido religioso, sino también al acomodar el culto a su idiosincrasia (SC 119). El canto religioso popular expresa la riqueza cultural de los pueblos (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica 1158). No se trata, pues, de rezagar el gregoriano y acoger la música de nuestros pueblos o idolatrar la polifonía de Palestrina y condenar un canto religioso popular (Cf. Mt 6, 24), sino de “sacar del arca lo nuevo y lo antiguo” (Mt 13, 52), saber utilizar, según las circunstancias, los diferentes géneros de música sagrada, aquellos que, claro está, tenemos a nuestro alcance. Podemos cantar como cántico de entrada con aire folklórico, sin excluir el canto del “Paternoster” (en latín) y/o un canto gregoriano eucarístico para la Comunión, según la fiesta litúrgica, el tipo de asamblea, los recursos musicales, etc. Creo que debemos considerar dos cosas muy importantes para lograr esta reconciliación: Por un lado, los encargados de la música en nuestras parroquias debemos aprender a abrir el arca, a sacar y usar “lo nuevo y lo antiguo”, recuperar cantos hermosos que pertenecen al gran patrimonio musical de la Iglesia que han nutrido la fe de tantos creyentes a lo largo de los siglos, tantas veces olvidados y despreciados por ser “antiguos”; por otro lado debemos aprender a seleccionar cantos “nuevos” y apropiados para la liturgia, no cualquier cancioncilla alegre con sabor religioso, sino canciones que nos muevan a la oración, que estén inspiradas en las sagradas Escrituras, en escritos de los santos, que posean calidad literaria y que hayan sido compuestas para la liturgia (Cf. DLE 118-120). Ciertamente hay que fomentar aquellas formas particulares que constituyen el carácter específico de su propia música (TLS 3), pero también aprender a apreciar y valorar el “tesoro de la música sagrada”. Hay que aprender a abrir el arca y sacar “lo nuevo y lo antiguo.”