Los cultivadores de la música sagrada, dedicándose con renovado impulso a un sector de tan vital importancia, contribuirán a la maduración de la vida espiritual del pueblo de Dios (San Juan Pablo II).


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jueves, 8 de agosto de 2013

VATICANO II Y LA MUSICA LITURGICA: LO QUE PIDE (7ma. parte)


“LA POLIFONIA”

(Séptimo de una serie de artículos conmemorativos del 50mo. aniversario de la Sacrosanctum Concilium –SC-)
 

     Sin negar la primacía que la Iglesia da al del canto gregoriano, la misma no cierra las puertas a otros géneros de música sagrada, teniendo presente un criterio clave: el respeto al espíritu de la acción litúrgica, como dirá SC 116. El hecho de que el canto gregoriano presente las cualidades del verdadero canto litúrgico (santidad, belleza y universalidad) no significa que otros géneros musicales no puedan hacerlo.

     De ninguna manera han de excluirse en la celebración de los oficios divinos otros géneros de música sacra en particular la polifonía, con tal que respondan al espíritu de la acción litúrgica (SC 116). Este número recalca la polifonía (canto a más de una voz) como un género de música sacra. Músicam sacram (MS) 4 la presenta con mayor especificación: la polifonía sagrada antigua y moderna, en sus distintos géneros. Es interesante constatar que el papa Juan XXII, en la primera mitad del siglo XIV, ante la proliferación de los motetes que jugaban con varios textos y varias melodías a la vez, desaprobó la polifonía, promoviendo la simplicidad monofónica y modal del canto llano. La polifonía encontró dificultades por la tendencia a maximizar el contrapunto y minimizar el texto y su entendimiento. Experimentados polifonistas, como Palestrina y Orlando Di Lasso en el siglo XVI, cultivarán el arte del contrapunto enfatizando la inteligibilidad textual. San Pío X afirmó que: La polifonía clásica se acerca bastante al canto gregoriano, supremo modelo de toda música sagrada, y por esta razón mereció ser admitida, junto con aquel canto, en las funciones más solemnes de la Iglesia, como son las que se celebran en la capilla pontificia. Por consiguiente, también esta música deberá restablecerse copiosamente en las solemnidades religiosas, especialmente en las basílicas más insignes, en las iglesias catedrales y en las de los seminarios e institutos eclesiásticos, donde no suelen faltar los medios necesarios (Tra le sollecitudini 4). El papa Pío XII, en su instrucción Músicæ sacræ disciplina 16, afirmó que se vigile con toda prudencia y cuidado, para que no se lleven al templo cantos polifónicos tales que, por cierta especie de modulación exuberante e hinchada, se oscurezcan con su exceso las palabras sagradas de la liturgia, o interrumpan la acción del rito divino, o sobrepasen, en fin, no sin desdoro del culto sagrado, la pericia y práctica de los cantores.

     El cultivo de la polifonía va de la mano con la música coral. Compositores como los ya mencionados han promovido por siglos la música coral polifónica al componer hermosas piezas que hoy son parte de ese grandioso patrimonio musical que tanto ha ennoblecido a la cristiandad como a la humanidad. Como veíamos en el quinto artículo de esta serie –sobre la participación de los fieles en el canto- la Iglesia no rechaza en las acciones litúrgicas ningún género de música sagrada, con tal que responda al espíritu de la misma acción litúrgica y a la naturaleza de cada una de sus partes  y no impida la debida participación activa del pueblo (MS 9). Ampliando este punto, MS 16c afirma que algunos cantos del pueblo, sobre todo si los fieles no están aún suficientemente instruidos o si se emplean composiciones musicales a varias voces, podrán confiarse sólo al coro, con tal que no se excluya al pueblo de las otras partes que le corresponden. Pero no se puede aprobar la práctica de confiar sólo al grupo de cantores el canto de todo el Propio y de todo el Ordinario, excluyendo totalmente al pueblo de la participación cantada. El canto coral-polifónico tiende a excluir al pueblo: gran reto para los compositores litúrgicos es el componer música coral en donde el pueblo no sea excluido, sino que intervenga en algunas partes, por ejemplo: que el pueblo cante el estribillo a una voz -sostenido por la masa coral de manera monofónica- y que el coro cante las estrofas a voces.

     En Puerto Rico y en otros países lamentablemente no tenemos una fuerte tradición coral enmarcada en la Iglesia católica. Este tipo de agrupación requiere que, al menos, el director tenga un mínimo de preparación musical formal (teoría, solfeo, piano, dirección coral, etc.), cosa poco común en nuestras parroquias. Nuestros mal llamados “ministerios de música” (pues no se “es” ministerio, sino “ministro”: el ministerio se ejerce) cuentan con personas muy talentosas que, “de oído”, cantan a 2 ó 3 voces con armonía tonal, promoviendo una polifonía homofónica y paralela, embelleciendo no pocas veces los cánticos litúrgicos y, por ende, la liturgia misma, aunque muchas veces se tiende a opacar al pueblo, tema ya tratado. Este tipo de “polifonía popular” debe ser respetado y encausado debidamente, para evitar los cásicos “errores” de armonía, producto de los movimientos paralelos tan contrarios al espíritu del contrapunto barroco y que deslucen nuestros cánticos.

     Sería laudable el impulsar la música coral polifónica a 3 ó 4 voces (SATB) sin excluir al pueblo, sin que esto signifique que el coro no pueda cantar solo de vez en cuando, siguiendo el criterio de MS 16c. Para ello hacen falta personas formadas en el campo de la dirección coral y buenos compositores que, componiendo música polifónica, sepan incluir a la asamblea litúrgica.